Sísifo se veía obligado a empujar una roca. A Casandra nadie la creía. Atlas tuvo que sostener a hombros el peso de la Tierra. Todas las chicas Disney acaban en desintoxicación.
Las maldiciones, el octavo invento de la Historia.
Adán y Eva tuvieron el privilegio de estrenarlas. También fueron los primeros en pasar de ellas como cosa mala, dicho sea de paso. Eva fue un poco como el nieto que se carga con una pelota la lámpara de cerámica del siglo XIX de la casa de su abuela, teniendo la de lava de los sesenta en la antigua habitación de su madre.
De todas las maldiciones, existía una que se cernía sobre mí como una molesta nube durante mis años de colegio. Nunca llegué a conocer al nigromante que me maldijo, aunque si tuviera la oportunidad de poder mirarlo a los ojos y dedicarle unas palabras, tendría claro lo que diría: «Ya no me das miedo. Donde estudio ahora no hay patio del recreo». Él me regalaría una mirada de esas tipo Regina George de Mean Girls, sacudiendo el cabello mientras se da la vuelta y todo.
Porque en este país, donde es símbolo nacional, no gustarte el fútbol es toda una condena. Te ves obligado a escuchar pacientemente el resultado del último partido a la hora de comer, por mucho que te guste secretamente ver lo que Anne Igartiburu tiene que contarte en Corazón. O qué me dices de pasear por un parque a eso de las seis de la tarde. Pasas a jugar a balón prisionero sin darte cuenta.
Afortunadamente, con el tiempo se aprende a convivir con ellas, o a ignorarlas, como hizo Eva. ¿No se reúne toda una pandilla de amigos o una familia a ver cómo Italia le da una paliza a nuestra selección? Descubrimos qué es lo que ocurre las maldiciones. Algunas simplemente no tienen antídoto. No obstante, decidimos no resignarnos a ellas; las reglas están para saltárselas.
Sara.
Hola Sara!
Te he nominado en los Blogger Recognition Awards. Ya echamos en falta tus escritos. Espero leerte pronto, saludos!
Me gustaLe gusta a 1 persona