Antes vivía en una preciosa avenida. Estaba surtida de altos árboles, terrazas que servían de oasis a quienes terminaban una larga jornada de trabajo y varias zonas cubiertas de hierba y arena donde los niños podían revolcarse y divertirse. Cuando era más pequeña, solía esconderme tras las cortinas del salón y espiaba a un grupo de chicos que jugaban al fútbol en uno de esos parques, justo debajo de mi casa. Había uno en concreto que me gustaba mucho, así que esperaba ansiosa a verlo para inventar una excusa y bajar a la tienda de al lado a comprar cualquier cosa que no necesitaba. Creía que si se fijaba en mí, se enamoraría al instante. Como si sólo con desearlo fuera posible.
Con el tiempo, mi bonita avenida se fue convirtiendo en un paseo desolado. Ya no había chavales golpeando el balón hasta que se ponía el sol, ni pandillas de chicas de sexto de primaria que lucían orgullosas su trabajados modelitos.
Ahora los bares alojan a hombres y mujeres de mejillas sonrosadas y risa tonta. Las pequeñas zonas de juego aguardan a chicos y chicas demasiado jóvenes como para fumar como carreteros. Y mi ventana, aquella donde soñaba en ser la Futura Señora del Futbolista, no es más que un recuerdo de quise que fuera.
Sara.
Los cambios simplemente suceden.
Abrazo Sara.
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Para bien o para mal, tienes razón. Muchos besos!
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