Gwendolyn está preparando el café. Respira con dificultad. Llega a preguntarse si sería capaz de hacer hervir el agua con más rapidez que la vitrocerámica. Observa la lluvia a través de la ventana. ¿Le será posible no llorar?
James: No soy un mentiroso, Gwen.
Ella no quiere contestar. Sólo tiene ganas de estamparle la cafetera en la cabeza, aunque sólo sea para que él sienta el mismo dolor que ella.
Resopla.
Se concentra en limpiar la encimera, donde ha estado cortando rebanadas de pan para las tostadas. Le irrita mirar a James, sentado en una de sus sillas de madera, removiendo su tazón de cereales. ¿Qué clase de muchacho de veinticinco años sigue merendando lo mismo que desayuna?
James: No quiero que pienses eso de mí.
De nuevo, silencio. Y más resoplidos.
James: Es que no es cierto. Si lo fuera te daría la razón. Pero es que no lo es.
Por fin, Gwen decide contestar:
Gwen: ¿Te has dado cuenta de que no dejo de bufar? Es para que te calles, ¿de acuerdo? No te he preguntado nada.
James: Es que sé que piensas que te he mentido.
Gwen: James, cierra el pico. Por favor.
Pestañeó rápidamente para evitar que las lágrimas resbalasen por sus mejillas. La cafetera comenzó a soltar una suave nube con un olor que nunca sabría describir con exactitud. El café huele a café.
James: ¿Sabes qué te digo? No soy rico, pero me puedo permitir un cartón de leche, un cuenco de cerámica y una caja de cereales de miel.
Se giró para mirarlo.
Gwen: ¿Y qué?
James sonrió a medias, con picardía y cariño. Ella se mordió la lengua. Se suponía que no quería que hablasen. Puso los ojos en blanco y se sirvió una taza de café solo. Lo llevó a la mesa, tomando asiento frente a él.
James: Pues que no me tienes que invitar a tu casa a merendar si no quieres.
Gwen: Bien visto. Vete de mi casa.

“I don’t let nobody see me wishin’ he was mine”
― Taylor Swift