Don’t rain on my parade!

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La lluvia es el garbanzo de los cócteles de frutos secos de los estados climatológicos. El eterno despreciado, el infravalorado, aquel a quien escogen el último en el balón prisionero. A la pobre lluvia no la quiere nadie. Bueno, los agricultores, pero sólo por un tiempo. Cual donjuán, se aburren de ella al poco rato, cuando ya han conseguido lo que querían.

Me da lastima, en realidad. Imagínate ser ella; piensa en lo que es mantener vivas a más de siete mil millones de personas  y ser despreciado de tal modo. Se me viene a la cabeza la imagen de una madre y su hijo adolescente: «¡Que no me voy a comer las espinacas, mamá!», «Lo vas a hacer porque yo te lo digo, que soy tu madre y te he dado la vida». Pero la lluvia no tiene boca para defenderse. ¡Qué existencia más miserable!

Pensándolo bien y con un poco de vista empresarial, ojalá fuese un ente corpóreo. Sería un genial paciente en mi futura y supuesta consulta como psicóloga, de esos que necesitan muchas sesiones. Lo digo de verdad, independientemente del dinero: ¿qué clase de traumas tendría? Depresión, un auténtico sinsentido vital. Haría falta un cuenco de Escitalopram o algo así para frenar un llanto tan desconsolado. También padecería trastorno de la personalidad o bipolaridad, probablemente. No me explico de otro modo tanto cambio de humor. Al menos el tema de la abrumante rutina lo tendría solucionado; sus días no son «todos iguales», por decirlo de algún modo.

Me imagino perfectamente a la Señora Lluvia, sentada en frente de mí, con su vestido gris esponjoso y con una gran necesidad de polvos de sol en la cara. La cabeza gacha, su sonrisa apagada.

—Creo que es un círculo vicioso, Señora Lluvia—le diría—. Usted siempre se desahoga de sus desgracias con nosotros. No puede ser que tenga un día malo y pago con sus lágrimas la ropa limpia que ha tendido mi madre. Es lógico que los demás nos enfademos por eso.

—Usted no lo entiende… Yo antes no era así…—contestaría encogiéndose de hombros, borrando una tímida lágrima que cae por su rostro con el dorso de la mano—. No sabe lo que es estar maldita.

—¿Maldita, dice?

Tomaría aire, resignada.

—¿No cree que todos los que poseemos un don tan inmenso lo estamos?

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Sara.

Don’t rain on my parade, Babra Streisand

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